Los de cartón pintado ahora escriben con IA

Un líder del que aprendí mucho solía decirme: “Tenés que hacer y vender. Si hacés y no vendés, otro lo toma por vos. Pero si vendés y no hacés, sos cartón pintado. Y tarde o temprano, se nota.

A esos, los del cartón pintado, los llamo vende humo. Y con la inteligencia artificial, empezamos a ver a los que están lanzando su versión 2.0.

Del humo tradicional al humo digital

La IA llegó con una promesa: liberar tiempo, agilizar procesos y potenciar la productividad.
Y lo logra, cuando se la usa con criterio.

Pero su mal uso está generando un efecto colateral: una avalancha de materiales vacíos, impersonales y sin propósito real.

Mails, informes y presentaciones que parecen correctos a simple vista, pero carecen de sustancia, contexto o precisión. Productos sintéticos que se multiplican a una velocidad inédita y llenan los entornos laborales de basura cognitiva.

Como menciona Tomás Balmaceda en la Revista Viva (Clarín, 5 de octubre), el término slop se popularizó para describir el mar de contenidos falsos o de baja calidad que inunda internet.

Hoy, esa misma lógica se está filtrando en las empresas: producimos tanto, tan rápido y con tan poca reflexión, que terminamos corrigiendo lo que una IA generó en segundos.

Y lo más caro no es el tiempo perdido: es la frustración. La frustración de quienes ven cómo otros venden sus ideas o proyectos sin mérito real. El miedo de los verdaderos talentos a que la inteligencia artificial los opaque. Y la sensación, cada vez más frecuente, de que estamos perdiendo el foco: la estrategia.

Una tentación peligrosa

Delegar en la IA es una tentación, sobre todo cuando los contextos laborales nos empujan a hacerlo.
Pero la productividad no se mide en cantidad, sino en valor verdadero.

Saber cómo, cuándo y para qué usamos estas herramientas define si somos más eficientes o si simplemente estamos sofisticando la superficialidad.

La IA no reemplaza el pensamiento crítico, la escucha ni la estrategia. Los potencia, si los tenemos.
La diferencia está en el criterio, no en el código.

El fenómeno de los vende humo 2.0 no es nuevo: solo cambió de envoltorio. Antes vendían influencia; ahora venden velocidad.  Y en ambos casos, el resultado es el mismo: apariencias sin sustancia, promesas sin base y discursos sin coherencia.

Una vieja historia con nuevos actores

El término “vender humo” tiene raíces antiguas.

Sebastián de Covarrubias, capellán de Felipe II, los describió en el siglo XVI como “quienes con artificio dan a entender ser privados de los príncipes y venden favor a los pretendientes, siendo mentira y humo”.
Incluso en el derecho romano existía la Venditio Fumi, que castigaba al que cobraba por gestiones que nunca se concretaban.

Los primeros vende humo ya eran, literalmente, estafadores de expectativas.

Hoy, el escenario es otro, pero el daño es similar: la comunicación sin contenido, la estrategia sin pensamiento y el liderazgo sin escucha.

La comunicación no es humo

La comunicación no es un “plus” creativo ni un accesorio estético. Es el sistema nervioso de la organización.

Sin comunicación genuina, no hay legitimidad, no hay cultura interna sólida, no hay sostenibilidad posible.

Si dejamos que el rol se reduzca a producir contenido digital, perderemos lo esencial: la capacidad de pensar, de escuchar, de interpretar y de dar dirección.

Porque cuando el liderazgo escucha a los vende humo, en lugar de escuchar a su gente, los costos no se miden en clics, sino en confianza. Y también en la fuga de talentos: ese que se apaga o huye cuando la visibilidad reemplaza al mérito y la prisa borra la estrategia.

En tiempos de IA, más que nunca

La inteligencia artificial no es el enemigo: es una herramienta poderosa.

Sirve para agilizar procesos, mejorar la precisión y liberar tiempo para pensar mejor.

Pero cuando reemplaza la reflexión por la inmediatez, o la estrategia por la apariencia, se convierte en otra máquina de humo.

Hoy más que nunca necesitamos comunicación con propósito, integridad y pensamiento estratégico.
Porque solo así se construyen organizaciones sólidas, genuinas y humanas.

Cuando se disipa el humo, lo que queda no es el ruido: son las ideas verdaderas.

Y quienes se animan a defenderlas, a darles lugar a los que saben para potenciarlas y comunicarlas con sentido.